

La tapa y la cultura del tapeo en Sevilla
Desde un punto de vista antropológico, la comida ha sido durante milenios un eje central en la vida del ser humano. Históricamente, buscar alimento era una cuestión de supervivencia, y este hábito ha dejado su huella en nuestras costumbres actuales. Hoy, todas las celebraciones importantes, desde bodas hasta cumpleaños o ascensos laborales, giran en torno a la comida. Incluso en nuestro tiempo libre, seguimos organizando nuestras actividades sociales alrededor de una mesa: ya sea para explorar nuevos restaurantes, disfrutar de una cena o simplemente compartir tapas con amigos.
En contraste con otras gastronomías internacionales como la italiana, japonesa o mexicana, cuya identidad es fácil de definir por los platos típicos que ofrecen, la cocina española tiene una diversidad tan rica que es difícil encasillarla en un solo concepto. Paella valenciana, fabada asturiana, pulpo a la gallega o gazpacho andaluz son ejemplos de esta diversidad regional, por eso en mi opinión, la verdadera contribución española a la gastronomía a nivel global es la tapa, que une y define nuestra identidad en pequeñas dosis.
La cultura de la tapa va más allá del plato, ya que se trata de un acto itinerante que supone ir de bar en bar o de restaurante en restaurante para buscar la especialidad de cada uno. El tapeo, como emblema de la gastronomía española, es mucho más que una simple forma de comer. Es una expresión cultural, una forma de socializar. Aunque algunos consideran que el tapeo tradicional está en declive, las tapas siguen siendo un símbolo vivo de la identidad culinaria nacional, especialmente en ciudades como Sevilla, reconocida por muchos como su capital.
El tapeo en Sevilla es una tradición profundamente arraigada en la vida de sus ciudadanos, mucho más que un simple acto gastronómico: es una forma de convivencia y descubrimiento. El tapeo supone un recorrido de bar en bar, de barrio en barrio, explorando la especialidad que cada establecimiento ofrece, desde unas espinacas con garbanzos en Triana hasta unas pavías de bacalao en Nervión. Es una experiencia que conecta a los vecinos con su entorno, tejiendo relaciones y construyendo una identidad colectiva que trasciende la mesa. Para el sevillano, tapeo significa callejear, compartir y disfrutar, convirtiendo cada tapa en una excusa para reforzar los lazos con su ciudad y con los suyos.
Para los turistas por otro lado, el tapeo es una forma de conocer el alma de Sevilla. Al llegar a un nuevo destino, la segunda pregunta que se hace un visitante tras “¿qué visitar?” es “¿dónde comer?”. Más allá del turismo histórico o monumental, los visitantes buscan experiencias culinarias auténticas, guiadas por el consejo de alguien local que conozca los mejores rincones. Aquí es donde las tapas sevillanas se posicionan como un referente cultural.
En un contexto donde los turistas tienen acceso a una sobreabundancia de información gracias a la tecnología, el reto es filtrar y ofrecer recomendaciones personalizadas. Las plataformas digitales han cambiado la manera en que los turistas descubren la gastronomía local, como demuestra la obsesión por fotografiar, compartir y consumir contenido relacionado con la comida en redes sociales. Aunque los rankings y reseñas online son útiles, su fiabilidad puede variar en función del perfil de quien los escribe. Por eso, muchos visitantes prefieren confiar en el consejo de ciudadanos que residen en las ciudades que visitan, especialmente de personas de vida social activa, que conocen y aprecian la buena comida.
El futuro del tapeo: Un equilibrio necesario
La gastronomía y el turismo son pilares esenciales de la cultura y economía de España, por eso requieren una gestión responsable para minimizar impactos negativos y no caer en “gastroturismofobia”. Es fundamental fomentar un turismo respetuoso que enriquezca tanto a los visitantes como a los residentes, promoviendo el desarrollo sostenible y la preservación cultural del activo que supone la gastronomía local.
Tampoco debemos ser alarmistas ante la “foodyficación”, entendida como el proceso en el que la autenticidad gastronómica local se diluye debido a la desaparición de bares y restaurantes tradicionales, que suelen cerrar por falta de relevo generacional. Este vacío es frecuentemente llenado por cadenas nacionales o globales que ofrecen propuestas más homogéneas y «comercializables». Aunque estas cadenas pueden facilitar acceso y estandarización, también contribuyen a la pérdida de identidad cultural y gastronómica de un destino, desconectándola de sus raíces locales.
Más allá de las modas pasajeras y extrañas palabras, las tapas seguirán siendo el corazón de la cultura gastronómica española y Sevilla sigue siendo hoy la capital del tapeo, un lugar donde la tradición se mezcla con la modernidad, y donde los bares y restaurantes no solo sobreviven, sino que encuentran nuevas formas de prosperar.